¿Y si me quiero regresar? Lo que sentí, lo que hice, lo que aprendí.

Un día me desperté y lo único que quería era abrazar a mi mamá con todas mis fuerzas. Había soñado que regresaba a mi país y que ya no podía volver a verla porque ella había pasado a mejor vida. Sentí que el mundo se me venía abajo, y estar tan lejos de mi familia dejó de tener sentido. Solo quería hacer mi maleta y tomar el primer vuelo de regreso a México.

También hubo días en los que llegaba a mi habitación y me ponía a llorar, recordando cuánto extrañaba a mi familia, a mis amigos, mi casa, mi vida en mi país. Fueron muchos los momentos en los que sentí ganas de tirar la toalla y abandonar este sueño de vivir en el extranjero, conocer gente nueva, viajar, crecer, salir de mi zona de confort...

Pero, ¿qué hice? ¿Por qué no me regresé?

Amiga, es normal. Sentirse triste, llorar, querer regresar… todo eso es parte del proceso. Somos seres humanos, llenas de emociones, y no tienes que reprimir lo que sientes. Es válido abrazar tus sentimientos, decirte a ti misma: “Sí puedo. Soy una guerrera.” Y levantarte, un día a la vez. Porque de estos momentos, los más duros, es de donde nacen las versiones más fuertes de nosotras mismas.

2. Lo que sentí:

Me sentía cansada, y no solo físicamente. Porque sí, cuidar gemelos sí que es para aventarse por la ventana (no literalmente, claro 😅), pero el cansancio del que hablo es el emocional, ese que te hace preguntarte mil veces al día si tomaste la decisión correcta, si lo estás haciendo bien, si deberías regresarte a casa.

También me sentía sola. No tenía amigos aún, y cuando quería llamar a mi familia, a veces estaban ocupados con sus rutinas. Me sentía confundida, porque una parte de mí estaba enamorada de este nuevo lugar al que había llegado: todo me emocionaba, desde el clima hasta los letreros. Pero en otros momentos, sin aviso, me sentía triste, enojada, y hasta culpable. Culpable por haber dejado a mi familia, por pensar que quizá había sido egoísta al irme tan lejos.

3. Lo que hice:

Hablar.
Sí, amiga: hablar.
Una vez una amiga me soltó esta frase: “Es que no leo tu mente.”
Y ¡vaya que tenía razón! La gente no adivina cómo nos sentimos. Si no hablas, ¿cómo esperas que te ayuden? ¿Cómo vas a dejar de sentirte sola? ¿Cómo vas a encontrar soluciones?

Primero hablé conmigo misma, luego con quien más confianza le tenía: mi mamá, mi amiga, mi hermana, hasta mi host mom. No me guardé nada en mi corazoncito, porque entendí que callarlo solo me lastimaba más.

Y si hablar no es lo tuyo… escribe.
Empieza un diario, un journal, lo que sea. Créeme que es una gran terapia. Mira, si no me crees… aquí estoy yo escribiendo este blog para desahogarme un poquito jajaja.
Vacía todo en esa libreta, y cuando te sientas lista, entonces inténtalo hablando. Te ayudará incluso cuando tengas que tomar decisiones importantes.

Muévete.
Agrega actividades a tu rutina. No te vayas directo a tu cuarto a ver TikTok o Netflix (aunque obvio también se vale de vez en cuando). Sal a caminar, ve al parque, inscríbete al gym o a algún curso, lo que sea. Solo no te quedes sola llorando. La mente es bien cruel cuando no tiene en qué ocuparse, y ahí es cuando más duro te ataca.

Aprende a estar sola.
Este fue mi mejor descubrimiento. Sé que no es fácil, pero créeme, aprender a estar sola y disfrutarlo… es otro nivel. Te cambia. Te da fuerza. Te enseña cuánto has crecido.

Organiza tu día desde la noche anterior:
¿Qué vas a desayunar? ¿A dónde irás? ¿Qué quieres hacer sola?
Busca actividades gratis, ten una cita contigo misma. Haz lo que más te gusta. Llena tu día desde que sale el sol hasta que te acuestas.
Y cuando lo hagas… me lo vas a agradecer.

4. Lo que aprendí:

Aprendí que no soy débil por llorar, por extrañar, por dudar.
Que sentirme sola o perdida no me hace menos valiente. Al contrario, me hace más humana.

Aprendí que la nostalgia no es enemiga, solo es una parte del proceso de crecer lejos de casa. Y que está bien abrazarla de vez en cuando, pero no dejar que me controle.

Aprendí que mi paz no depende de un lugar, sino de lo que construyo dentro de mí.
Que puedo reinventarme tantas veces como sea necesario, que puedo volver a empezar todos los días si hace falta.

Aprendí que hablar sana, que escribir libera, que estar sola no es lo mismo que sentirse sola. Y que, en medio del caos, también puedo encontrarme.

Aprendí que no tengo que tener todo resuelto para seguir adelante. Que vivir en otro país, en otra casa, con otra cultura y cuidando niños que no son tuyos… no es cualquier cosa. Y aún así, mírame aquí, sobreviviendo y creciendo.

Aprendí que soy fuerte. Mucho más de lo que creía.
Y que, aunque a veces me den ganas de rendirme, tengo razones aún más grandes para seguir.

Finalemete

Amiga, si estás pensando en regresarte, si te duele el corazón, si ya no sabes si esto vale la pena…
respira.

No estás sola. Y lo que sientes es válido, es real, y también pasará.
Este camino lejos de casa no es fácil, pero está lleno de lecciones que un día —aunque hoy no lo parezca— se convertirán en fuerza, en gratitud, y en orgullo.

No viniste a este país solo a trabajar, viniste a encontrarte contigo misma.
Viniste a descubrir de lo que eres capaz. A darte cuenta de que incluso con miedo, con dudas, y con lágrimas… sigues adelante.

Así que si decides quedarte, hazlo con el corazón lleno de esperanza.
Y si decides regresar, hazlo con la frente en alto.

Porque no importa dónde estés, lo importante es que te elijas a ti, siempre.
Y eso, amiga, ya es un acto de valentía.

Previous
Previous

Sí, viajé sola. Y no, no me morí. Spoiler: me encantó ✈️❤️😍

Next
Next

Los 10 mandamientos de la au pair: lo que aprendí a la mala 🥲🙁